Alta Fidelidad
Stephen Frears (2000) – Estados Unidos
Me acuerdo perfectamente de la primera vez que vi esta película, después de verla salí corriendo a comprar el CD de la banda sonora, dos días después fui al cine otra vez para verla de nuevo, varios años más tarde también encontré el libro en el que está basada la película y he de decir que el libro me encantó.
El argumento de Alta fidelidad es muy entretenido, ya que se entremezcla la vida de Rob en su tienda de discos y la vida de Rob fuera de su tienda de discos y ninguna va muy bien. En la tienda trabajan Dick y Barry, aunque no está muy claro quién los contrató, pasan el día escuchando música y metiéndose con los clientes que no tienen “nivel”. Mientras Rob intenta reconducir la relación con Laura, ya que le ha dejado.
Todos a los que nos gusta la música y somos un poco frikis de esto, nos gustaría tener la colección de vinilos que tiene Rob, y el tío en cada crisis realiza una reorganización de sus miles de vinilos, no sólo eso sino que es disc-jockey además y ¿quién no lo ha hecho?, le gusta hacer cintas recopiladoras. Todo un personaje. Con sus dos compañeros Dick y Barry les gusta hacer listas de las mejores canciones, “ mejores canciones de lunes” “mejores canciones para una ruptura” etc..
Mientras el argumento de la película continúa Bob sigue con esa misma manera de organizar las cosas, hace unas lista de sus relaciones e intenta entender por qué ha sido rechazado con las mujeres de su vida, así que queda con ellas para encontrar la respuesta. Todo ello mezclado con una banda sonora sensacional, grandes temas de la música pop, metidas en los momentos adecuados.
Para un servidor esta es una película de referencia, cuando la vi me encanto y siempre que la veo me entretiene y si les gusta pueden comprar el libro que es muy bueno.
Como nota curiosa la canción que canta Barry (Jack Black) al final de la peli, Let´s get it on no es play-back, la verdad que canta bien.
Las vaciones del Señor Hulot
Jacques Tati (1953) – Francia
En un balneario de la costa atlántica, los veraneantes son incapaces de apartarse de sus rutinarias costumbres urbanas. Hasta que llega monsieur Hulot al volante de su viejo cacharro y rompe la calma estival. Para gran alegría de los niños, Hulot ofrecerá a los huéspedes del hotel unas vacaciones inolvidables.
Me confieso un admirador de Jaques Tati, de su humor y de la manera de rodar sus películas, planos, fotografía y composición. La historia no es relevante, ya que la película se mueve de gag en gag. Estos están enlazados por el entorno en el que transcurren, en este caso un pueblecito de la Bretaña francesa a pie de playa, puede ser un agosto cualquiera.
Tampoco vamos a encontrar un humor rebuscado, sino una comedia ligera y amable para todos los públicos, cuyo personaje principal en ocasiones llega a desesperar y en otras parece un tierno algodón de azúcar. Una comedia ligera y divertida, con toques de gran cine, nada más y nada menos.
El señor Hulot, el personaje que interpreta Jacques Tati, ya lo vimos aparecer en otra película recomendada en esta sección, Mi Tío. Esta vez llega al volante de un destartalado automóvil a su lugar de veraneo, provocando un gran estruendo a su llegada y alterando la tranquilidad del lugar.
Esta escena inicial es una maravilla y da la entrada a un filme que os va a refrescar en esta eterna ola de calor.
Los personajes que aparecen son unas caricaturas de la clase media francesa, que frecuentaban estos establecimientos de veraneo y a casi todos les ocurre una u otra desgracia siempre que Hulot este cerca, alterando la monotonía de sus vacaciones y creando antipatía en todos los demás clientes del hotel.
Aunque como no podía ser de otra manera, a este desgarbado, despistado y amable caballero le surgen varias pretendientes, así que, entre escena cómica y escena cómica tenemos un bonita historia de amor de verano, ¿se puede pedir más?
Hay escenas de la película que están grabadas de una forma excepcional, muchas de ellas tienen que ver con el coche del señor Hulot, pero me voy a quedar con la que abre la película, la llegada al hotel.
Y como escena más divertida, el partido de tenis, menudo saque.
Disfruten del mes de agosto, carguen pilas y vean esta comedia, ligera y refrescante estos días.
Don Anselmo, un anciano ya retirado, decide comprarse un cochecito de inválido motorizado, ya que todos sus amigos pensionistas poseen uno. La familia se niega ante el capricho del anciano, pero él decide vender todas las posesiones de valor para comprárselo.
Anselmo, Pepe Isbert, quiere un cochecito de inválido porque su mejor amigo se ha comprado uno, se va de excursión y no puede ir con él. Se queda solo y aburrido en casa, sin darse cuanta de que aún puede andar.
Pepe Isbert está sensacional en esta película, en el papel de un abuelo que vive en casa de su hijo, pero que nadie tiene en consideración. Intenta por todos los medios conseguir el cochecito, y para ello venderá hasta las joyas de la abuela.
El guionista de la película es Rafael Azcona, que vuelve a aparecer en esta sección, ya lo hizo con Muerte de un ciclista y Plácido y ahora con El cochecito. Sin lugar a dudas es uno de los grandes en este país y clave en esta época dorada del cine.
Marco Ferreri aporta esa parte del neorrealismo, mostrando historias de la vida cotidiana, por supuesto con escenas corales, dos, tres, cuatro personajes se van incorporando a la escena y todo el mundo habla, un chascarrillo, unos gestos etc…, llenando la escena de acción llegando a crear situaciones agobiantes.
Es una de las obras más importantes del cine español, en tono de comedia se trata el tema de la vejez y su situación en nuestra sociedad, no creo que sea un tema que este resuelto.
Disfruten de esta película y también del verano que llega.
Amanece, que no es poco
José Luis Cuerda (1989) – España
Teodoro, un ingeniero español que es profesor en la Universidad de Oklahoma, regresa a España para disfrutar de un año sabático. Al llegar, se entera de que su padre ha matado a su madre y, para compensarlo de la pérdida, le ha comprado una moto con sidecar para viajar juntos. Así es como llegan a un remoto pueblo de montaña que parece desierto; lo que ocurre es que todos los vecinos están en la iglesia, porque la misa es un auténtico espectáculo. Padre e hijo asisten a las elecciones que se celebran cada año para designar alcalde, cura, maestro y puta. Además, al pueblo ha llegado un grupo de estudiantes de una universidad norteamericana, unos meteorólogos belgas, un grupo de disidentes de los Coros del Ejército Ruso e incluso invasores camuflados de un pueblo cercano.
La primera vez que la vi, fue con un préstamo de la biblioteca, rondaba los 18 años y alguien me dijo que tenía que verla, que era muy divertida y he de decir que no creo que soltara ni una sola carcajada.
Menuda película, no hay por donde cogerla, es un conjunto de gags cada uno más extraño, más surrealista, más rebuscado. Tampoco es que tenga un hilo argumental más o menos sólido. Un padre llega al pueblo con su hijo en un sidecar, a pasar la noche y allí empieza la historia.
Como digo, me acuerdo perfectamente de cuando la vi y eso sólo ocurre cuando la película para bien o para mal te ha marcado. En este caso la primera vez fue para mal, no entendí la película ni los chistes, nada.
Con el paso de los años la vi más veces y cada día me gustaba un poco más hasta convertirse, por casi todo en una de mis comedias favoritas y supongo que de mucha gente, ya que al estar llena de gags siempre hay alguno que te hace echar unas risas.
Cada vez, según el estado de ánimo y en el momento que te alcanza, van variando los gags favoritos, de esta vez:
-Cuando el mesonero da la charla al médico.
-El argentino que no quería un día ir en bicicleta y otro oler bien, plagia a Faulkner y lo llevan a la Guardia Civil.
-Y por último las elecciones, cuando el alcalde da los resultados.
Como digo, estas son las escenas que más me han gustado esta vez, pero seguro que cambian, una película muy recomendable y divertida.
El maquinista de La General
Buster Keaton, Clyde Bruckman (1927) – Estados Unidos
Johnny Gray (Buster Keaton) es maquinista en un estado del Sur y tiene dos grandes amores: una chica (Anabelle Lee) y una locomotora, La General. En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, Johnny intenta alistarse, pero el ejército considera que será más útil trabajando en la retaguardia. Sin embargo, Anabelle cree que es un cobarde y lo rechaza. El maquinista sólo podrá demostrar su auténtico valor cuando un comando nordista infiltrado en las líneas confederadas le robe La General y rapte a Anabelle. Johnny no dudará un segundo en subirse a otra locomotora y perseguir a los yanquis para recuperar a sus dos amadas.
La sinopsis de la película es la típica, el maquinista está enamorado de una muchacha, entonces en una de sus visitas a casa, se declara la Guerra de Secesión. El padre y el hermano corren a alistarse, pero a Johnny no le dejan porque quieren que siga conduciendo el tren. La chica entiende que es por cobardía y lo rechaza.
Así comienza una de las comedias emblemáticas del cine, un clásico. Con cada visionado, se aprecian de nuevo los gags y no parece nunca aburrida, siempre hay lugar para una carcajada que es mucho teniendo en cuenta que estamos hablado de 1926.
Por supuesto, como buen clásico del cine mudo el lenguaje audiovisual cobra vital importancia en el transcurrir de la historia. Se puede apreciar la manera tan peculiar que tenían los actores a la hora de interpretar con sobreactuaciones que tenían que paliar la falta de diálogo y efectos de sonido, aunque la banda sonora intenta compensar esta situación.
El hilo conductor de la trama es la vía de tren que une las dos líneas enemigas y las persecuciones que en ellas se hacen con trenes. Y aquí es donde Buster Keaton es un maestro, en la acción y en cómo empezó a crear recursos necesarios que se aplicarían a partir de entonces en gran parte de las películas de acción y que aún hoy se utilizan. Por ejemplo durante la persecución al tren de los ladrones.
O cuando gana una escena dos veces y la muestra después del montaje bajo dos puntos de vista.
Para la época en que se estrenó la película, tiene una trama y desarrollo trepidante y lleno de acción, donde el interés no desaparece en ningún momento.
Y el trozo de la película más divertido es la batalla final. Los diez minutos son geniales, llenos de torpezas de Buster que hacen que sea el héroe de la batalla.
Ni que decir tiene que el final es feliz, pero en estas películas se trataba de entretener al público con un conjunto de gags graciosos y que permitieran a todos los espectadores pasar un rato entretenido.
¿Cuántas veces Buster Keaton sube y baja del tren? Pueden intentar contarlas durante la película.
En un extraño y deprimente universo futurista donde reinan las máquinas, una mosca cae dentro de un ordenador y cambia el apellido del guerrillero Harry Tuttle (Robert de Niro) por el del tranquilo padre de familia Harry Buttle, que es detenido y asesinado por el aparato represor del Estado.
El tranquilo burócrata Sam Lowry (Jonathan Pryce) es el encargado de devolver un talón a la familia de la víctima, circunstancia que le permite conocer a Jill Layton (Kim Greist), la mujer de sus sueños. Y, mientras la persigue, hace amistad con Harry Tuttle y se convierte en su cómplice.
Una revisión de 1984, en el futuro donde todo está controlado por la burocracia y todos los movimientos de los ciudadanos están controlados. Un error desencadena una serie de acontecimientos que provocarán que la vida de Sam Lowry cambie por completo.
Más que el argumento de la película o la historia que cuenta, como he dicho, es una adaptación de 1984; lo realmente interesante es el mundo que Terry Gilliam es capaz de imaginar y rodar.
Un mundo lleno de aparatos extraños, ordenadores imposibles y una atmósfera oscura y deprimente. Unos personajes secundarios surrealistas y obscenos se entrecruzan en la trama principal creando a veces sensaciones de agobio.
En el mundo que nos enseña Terry debes colaborar con el Ministerio de Información, ya que tienes que pagar tus gastos de manutención y lo que cuesta torturarte, así que es mejor no resistirse y colaborar con la “justicia”.
El encanto de la película creo que viene por su estupendo final, cosa que no gustó a la industria ya que intentó cambiarlo, incluso se hizo un montaje diferente para el mercado USA, que Terry Gilliam abominó.
En la película hay guiños a otros filmes: en una escena se hace una interpretación libre de la escalera de Odessa, mil veces copiada de El Acorazado Potemkin de Einsenstein. Al principio de la película, un barrido nos hace pensar que estamos en la primera escena de El Apartamento de Billy Wilder. Existen al menos un par de guiños más que os invito a descubrir.